El hombre delgado que no flaqueó jamás

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16 / 05 / 2012  |  José F. Galiano | El tornasol
Cuando Juanma Molina ha anunciado su retirada del atletismo profesional todos pensamos que a este pequeño reino murciano se les escapa una de las más valiosas apuestas para conseguir una medalla olímpica (qué lejos queda la plata de Peñalver en 1992). El de Cieza ha puesto punto y final a su carrera más importante, la de atleta profesional.

He tenido la suerte de entrevistarlo en varias ocasiones, cordial y amable, su rostro afilado y su musculatura tersa, como los melocotones maduros de su tierra natal, daban la sensación de estar ante un explorador solitario que hubiera perdido la brújula y el mapa. Y en cierto modo así era, inicios duros entrenando por las motas del Segura, carriles de huertas y pistas de atletismo de dudoso pavimento. Pero a pesar de eso, no perdía la dulzura de su carácter. Una amabilidad que le llevó a coger el teléfono un 5 de agosto de 2004 tras haber participado en los 20 kilómetros marcha en los Juegos Olímpicos de Atenas. Después de haber marchado casi una hora y media por las calles de una tórrida capital helena y responder ¡en directo!

El mismo que preparó los siguientes Juegos en Pekín, pero donde una mala táctica le dejó en 12º lugar, pero conservando la misma simpatía natural y espontánea hacia algo tan extraordinario como repetir cita olímpica, logro que ningún otro murciano ha conseguido hasta la fecha.

Inquieto y conocedor de sus características, probó con los 50 kilómetros marcha, la disciplina estrella de la especialidad. Quiso acudir a sus terceros Juegos en Londres pero, mientras los preparaba, el hombre delgado flaqueó. 

Mientras el marchador en su soledad atravesaba el kilómetro 24 de la prueba para conseguir el billete a Londres, recibió el “warning” más doloroso de su trayectoria. Sus isquiotibiales dijeron basta. Y allí se quedó, con el dolor por dejar algo a medio pero con el honor de no haber dejado de intentarlo hasta el último momento. Conocedor en ese instante de que el valor de las cosas no está en el tiempo que duran, sino en la intensidad con que suceden y se viven.

Una manera de morir -deportivamente- de pie y saber que, aunque su cuerpo dijo basta, en su mente y la memoria deportiva siempre será el hombre delgado que no flaqueó jamás.
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