Sensei Nadal

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12 / 11 / 2011  |  Juan de Dios Martínez | Alta definición
John Carlin es un periodista británico afincado en España que ha escrito una biografía autorizada de Rafa Nadal. Eso quiere decir que lo que cuenta en el libro es verdad y que algunas cosas se las calla porque no ha tenido más remedio. El libro se llama ‘Rafa, mi historia’ (Indicios, 2011) y en ella desvela el trasfondo de uno de los deportistas más grandes de la historia de España. Dice Carlin que Nadal es un símbolo universal que producen empatía en casi todas las culturas, patria de medio mundo y que por su personalidad le pega más ser japonés que español. Estoy de acuerdo. Su discreta humildad, su capacidad estajonovista de trabajo, su rigor mental y espiritual y su propensión a la extenuación y le asemejan más al samurái que al hombre mediterráneo.

Rafa Nadal no nació para ser tenista porque iba más para jugador de fútbol, pero en un momento determinado sus famosos tíos le pusieron una raqueta en la mano y cambiaron su vida para siempre. No es un atleta fruto de la alta escuela como Roger Federer, cuya biología es prototípica de este deporte: alto, delgado, con esa frágil elegancia al golpear la pelota como si fuera lo más natural del mundo; por el contrario, tuvo que amaestrar su cuerpo y suplir con sacrificio sus contradicciones morfológicas. 

Pero esa exigencia le crea innumerables problemas en forma de lesiones. Federer no se lesiona; Rafa, sí.  Alguna vez de manera crónica, como la que le hizo retorcerse debajo de una mesa en el último Abierto de Estados Unidos. El dolor es su compañero de viaje, pero nunca le detiene. En ocasiones no puede aguantar y debe parar, sólo justo para recobrar el aliento, sin dar la espalda a la lucha. Esa extraordinaria capacidad de sufrimiento se convierte en belleza cuando arma su raqueta y devuelve cada golpe, estirando la mano y las piernas hasta el imposible, imprimiendo en la bola una fuerte carga gravitatoria.  No tiene el mejor saque, ni el mejor resto, ni la mejor volea del circuito, pero posee la mente más fuerte. 

La otra cualidad que hace grande a Rafael Nadal es la humildad. A pesar de la enorme presión mediática que arrastra, el jugador español nunca ha perdido su conciencia social, aquella en la que su familia le inculcó que sólo desde la modestia se puede adquirir el verdadero respeto de los demás. Aliñada con la profesionalidad y la discreción. Valores de los que nunca se ha apartado en su vida privada o pública y que hallan acomodo en una familia granítica a pesar de las desavenencias conyugales de sus padres. Valores que, sin embargo, es capaz de mutar cuando se enfrenta a la alta competición. Rafa entra en el vestuario como un chico apocado y cortés que sufre una conversión cuando se prepara para entrar en juego. El momento en el que se produce la transformación es 45 minutos antes de cada partido. Nadal, dice Carlin, se toma una larga ducha fría en la que endurece sus músculos y su mente. ¡Cuidado! No se trata de un personaje secundario en una novela de Dan Brown que busque la flagelación como estímulo, sino de una persona acostumbrada al dolor que endurece su cuerpo y ánimo para superar lo inevitable, ese esfuerzo antinatural y prolongado al que lo somete.

Dicen los que médicos especialistas que el Deporte de élite es insano. Sólo la juventud parapetada en la coartada de los veinte años, puede que algunos de la treintena, es capaz de asimilar el estrés al que se someten músculos y tendones, cartílagos y órganos, de una manera tan reiterativa. Muchos pagan sus secuelas muy caras. Pero no puede haber superación sin esfuerzo y sólo cuando se pone el cuerpo al máximo se conocen los verdaderos límites. Lo vemos en Nadal como paradigma, aunque también en otros deportes tan duros como el ciclismo o en al atletismo de fondo. En la televisión no se percibe el dolor, si acaso el sufrimiento cuando vemos a un corredor al máximo de sus pulsaciones con los gestos desencajados por el esfuerzo. 

El último estadio de ese espartano comportamiento es su profundo estado de concentración. Quizá sea el gran rasgo distintivo del manacorí. Tomás Carbonell daba en el clavo esta semana cuando comentaba en Teledeporte el partido de Nico Almagro contra Seppi, en el Master de París, al explicar que entre los diez o quince mejores del mundo (entre los que está con mucho mérito el tenista murciano) la verdaderas distancias no están en su tenis sino en su capacidad mental. Para ser grande hay que serlo en la propia fe y percibía que Almagro se había desinflado un tanto cuando entró en el Top Ten. Justiciaba así que no haya podido escalar al octavo puesto ATP y jugar el Master de Londres. Por ello, en estos tiempos de laxitud social y escasez de valores Rafa Nadal resulta un ejemplo perfecto para las nuevas generaciones. Sensei.
  • Adiós a París, adiós a Londres
2 Comentarios
mari-loli
Fecha: 13 / 11 / 2011 a las 00:56
gilberto valencia pareja
Fecha: 13 / 11 / 2011 a las 22:29
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